Esta es la décima edición de
nuestra revista. Queremos desearles muchos éxitos a los escritores que nos han
enviado sus obras y que todos disfruten de estos textos.
Oficina de edición de la revista 7-12-85.
Castigo
Tradición
oral sufí
—Si mañana hace buen
día, iré al mercado a comprar un asno —dijo Nasrudín a su mujer.
—Olvidaste añadir: “Si
Alá lo quiere” —señaló su esposa.
Pero Nasrudín,
exasperado por una racha de desgracias, dijo malhumorado:
—Nunca Alá parece
querer nada. Estoy cansado de decir esas palabras cuando no tienen ninguna
utilidad.
El día siguiente era soleado y el mulá se fue a la subasta de asnos, donde compró uno por un precio muy razonable. Montado en su nuevo asno, emprendió el regreso a casa.
El día siguiente era soleado y el mulá se fue a la subasta de asnos, donde compró uno por un precio muy razonable. Montado en su nuevo asno, emprendió el regreso a casa.
— ¿Quién necesita los
buenos deseos de Dios? —se dijo feliz a sí mismo—. He encontrado una verdadera
ganga, sin su aprobación.
Justo entonces, una
culebra se deslizó por el camino. El asustado asno corcoveó y Nasrudín voló por
el aire, aterrizando en un matorral de espino. Cuando luchaba por liberarse del
matorral, las raíces del arbusto se desprendieron y rodó con el mulá cuesta
abajo, hasta el pie de la ladera. Nasrudín se las arregló como pudo para
liberarse de las espinas. Magullado, sangrando, con las ropas desgarradas y
hechas jirones, se fue cojeando hasta su casa. Estaba tan lejos de la aldea que
llegó cuando la noche había caído.
Llamó, haciendo acopio
de sus últimas fuerzas.
— ¿Quién es? —preguntó
su esposa desde dentro.
—Abre, mujer —replicó
Nasrudín a punto de desfallecer—. Soy yo, si Alá lo quiere.
Ciudad
Toxica
Luis
Felipe Lengua Mendoza
Observan
con cautela desde el los balcones de sus aparta estudios, pacientes por la
oportunidad de una existencia en otra miserable realidad, repleta de papeles
llenos de números sin sentido alguno.
Sin
advertencia se cuela el bullicio de los navíos que transitan en ríos de oscura
brea, donde la vida de sus habitantes fue extinta y las pobres sirenas son
usadas de clac son.
Los
grandes y mutantes obeliscos cumplen el papel de morada para ratas de particular
tamaño y escases de pelaje, de costumbres ridículas, de movimientos toscos, de
frenesí compulsivo, de absurdos injustificados.
El
blanco de las casas se oscurece a medida que el sol se oculta y surge, sin
aviso, el último destello de luz blanca que queda en los rincones del gigante
negro.
Las
estatuas lloran al ver los jeroglíficos tan horribles que poseen ahora, la
incertidumbre por sus vidas no las angustia, pues el asido y el humo del aire
no los deja pensar, solo se comunican con lágrimas invisibles.
La
Gran fiesta
Daniel
Ospina Borda
Hubo
una vez hace mucho tiempo un rey que vivía en un hermoso castillo. El castillo
estaba rodeado por un pueblo de casas muy elegantes las cuales eran habitadas
por gente muy respetable y honrada, pero muy cerca de allí vivía gente muy
pobre que muchas veces no podía comer. Esta clase de personas eran de las pocas
que no aceptaban el apoyo del rey pues decían: “no necesito la ayuda del rey,
yo puedo lograr lo que quiera solo”.
Los
días pasaban tranquilamente con la mima rutina de siempre y un buen día el rey
decidió dar una gran fiesta para conocer a todo su pueblo y celebrar los buenos
tiempos, por lo que obviamente hasta el mendigo más miserable fue invitado.
Los
mendigos del pueblo y algunos ciudadanos de alta sociedad decidieron no ir.
Unos por vergüenza de estar sucios y malolientes y los otros simplemente porque
creían tener cosas más importantes que hacer.
La
fiesta comenzó y ninguno de los mendigos apareció, los guardias iban a cerrar
la puerta, cuando a lo lejos vieron la figura de un hombre que se acercaba al
castillo con suma lentitud. Lo que sucedió fue que aquel mendigo no había
conseguido nada para comer, pero al escuchar de la fiesta decidió asistir para
conseguir al menos un pedacito de pan para comer. Pero a medida que se acercaba
el miedo crecía sobre el trayéndole preguntas como: “y si el rey me ve así como
estoy de sucio de seguro me expulsará, o me cortara la cabeza”, “y si los otros
mendigos se enteran de que yo fui al castillo del rey de seguro ya no querrán
estar conmigo”, y si….Pero en ese momento se encontró ante las puertas del
castillo y los guardias pusieron la punta de su lanza sobre el pecho del
mendigo diciendo: En este castillo solo pueden entrar los que estén limpios y
bien presentados. Regrese por donde vino tendremos que usar la fuerza.
El
mendigo sonrió le dio la espalda a los guardias y empezó a devolverse a su
casa. E l mendigo se dijo a si mismo mientras se alejaba del castillo: “Bueno
no comiste nada pero al menos, tus vecinos no te molestarán por haber entrado a
la casa del rey “en esto pensaba el mendigo cuando se dio cuenta que alguien
estaba detrás de él, el mendigo se volteó y encontró que el que estaba detrás
de él no era otro que el rey en persona.
EL
mendigo se inclinó ante el rey no siendo capaz de mirarlo a los ojos, el rey le
hablo en tono de reproche diciendo:” Como te atreves a abandonar la fiesta que
hice para ti”. “Pero señor esta es una para gente respetable y bien arreglada y
yo estoy tan sucio” dijo el mendigo. “No querido, esta es una fiesta para todos
los que quieran entrar en mi castillo, pero para que puedas entrar debes estar
limpio “dijo el rey. “Eso es señor soy demasiado pobre, y estoy tan sucio que
no creo que nada quite la suciedad en mí” dijo el mendigo. “Bueno debes dejar
que te limpie entonces” dijo el rey.
In
mediatamente el rey llevó al mendigo a un lago y le entregó unos jabones muy
finos y hermosas esponjas para que este se bañara. Cuando el mendigo estuvo
limpio parecía tener el rostro de un príncipe y quedo todavía más parecido a
uno, cuando el rey le entregó ropas finas para vestir. El mendigo acompañó al
rey al castillo y disfruto de la mejor fiesta que hubiera imaginado.
La
fiesta terminó y todos los invitados tuvieron que regresar a sus casas, pero
cuando el mendigo quiso hacer lo mismo el rey lo mando a llamar y le dijo:
“Ahora que estas limpio no puedes seguir viviendo donde vivías”, “tu perteneces
aquí por eso te dejaré elegir la casa que quieras no importa que grande o chica
sea tu mereces tener lo que quieres por ser un habitante de mi reino”.
Pequeña
Experiencia
Santiago
Martínez S.
Se me ha posado
una de tantas, una de esas adornadas con alas de seda, en la palma de mi mano
mientras leía a García Lorca; yo decidí observarla y no actuar de la manera mas
común: reaccionando y botándola. Es allí cuando me di cuenta y le pregunto:
-¿Porque trazas
con tus piernas el contorno de mis dedos, de meñique a índice, de índice a
meñique, porque no trazas en mi pulgar?
¡Claro! el
pulgar no es un dedo… o por lo menos no el mío. Son rebeldes contradictorias,
por que trabajan; ¿todas van en fila india? No es cierto, había una
acompañándome en mi lectura; no estoy seguro si ella puede leer, no estoy
seguro si tiene ojos, pero si estaba seguro de que disfrutaba de su compañía,
fue como aislarme del mundo, solo ella y yo …solos.
Ella estaba
acariciándome dulcemente la mano, yo le daba giros y giros pero ella insistía
en quedarse en la superficie de tal forma que la pudiera ver, mas yo no la
sentía en toda la mano, había secciones en las que me hacia reír, pero no de
algo que ella me dijera; no estoy seguro de su sentido del humor, pero si estoy
seguro de que en verdad disfrutaba de su compañía. Aislados, solo yo y yo.
Solos.
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