viernes, 30 de agosto de 2013

Edición: Agosto del 2013

Esta es la décima edición de nuestra revista. Queremos desearles muchos éxitos a los escritores que nos han enviado sus obras y que todos disfruten de estos textos.
Oficina de edición de la revista 7-12-85.



Castigo
Tradición oral sufí


—Si mañana hace buen día, iré al mercado a comprar un asno —dijo Nasrudín a su mujer.
—Olvidaste añadir: “Si Alá lo quiere” —señaló su esposa.
Pero Nasrudín, exasperado por una racha de desgracias, dijo malhumorado:
—Nunca Alá parece querer nada. Estoy cansado de decir esas palabras cuando no tienen ninguna utilidad.
El día siguiente era soleado y el mulá se fue a la subasta de asnos, donde compró uno por un precio muy razonable. Montado en su nuevo asno, emprendió el regreso a casa.
— ¿Quién necesita los buenos deseos de Dios? —se dijo feliz a sí mismo—. He encontrado una verdadera ganga, sin su aprobación.
Justo entonces, una culebra se deslizó por el camino. El asustado asno corcoveó y Nasrudín voló por el aire, aterrizando en un matorral de espino. Cuando luchaba por liberarse del matorral, las raíces del arbusto se desprendieron y rodó con el mulá cuesta abajo, hasta el pie de la ladera. Nasrudín se las arregló como pudo para liberarse de las espinas. Magullado, sangrando, con las ropas desgarradas y hechas jirones, se fue cojeando hasta su casa. Estaba tan lejos de la aldea que llegó cuando la noche había caído.
Llamó, haciendo acopio de sus últimas fuerzas.
— ¿Quién es? —preguntó su esposa desde dentro.

—Abre, mujer —replicó Nasrudín a punto de desfallecer—. Soy yo, si Alá lo quiere.


Ciudad Toxica
Luis Felipe Lengua Mendoza

Observan con cautela desde el los balcones de sus aparta estudios, pacientes por la oportunidad de una existencia en otra miserable realidad, repleta de papeles llenos de números sin sentido alguno.
Sin advertencia se cuela el bullicio de los navíos que transitan en ríos de oscura brea, donde la vida de sus habitantes fue extinta y las pobres sirenas son usadas de clac son.
Los grandes y mutantes obeliscos cumplen el papel de morada para ratas de particular tamaño y escases de pelaje, de costumbres ridículas, de movimientos toscos, de frenesí compulsivo, de absurdos injustificados.
El blanco de las casas se oscurece a medida que el sol se oculta y surge, sin aviso, el último destello de luz blanca que queda en los rincones del gigante negro.
Las estatuas lloran al ver los jeroglíficos tan horribles que poseen ahora, la incertidumbre por sus vidas no las angustia, pues el asido y el humo del aire no los deja pensar, solo se comunican con lágrimas invisibles.


La Gran fiesta
Daniel Ospina Borda

Hubo una vez hace mucho tiempo un rey que vivía en un hermoso castillo. El castillo estaba rodeado por un pueblo de casas muy elegantes las cuales eran habitadas por gente muy respetable y honrada, pero muy cerca de allí vivía gente muy pobre que muchas veces no podía comer. Esta clase de personas eran de las pocas que no aceptaban el apoyo del rey pues decían: “no necesito la ayuda del rey, yo puedo lograr lo que quiera solo”.
Los días pasaban tranquilamente con la mima rutina de siempre y un buen día el rey decidió dar una gran fiesta para conocer a todo su pueblo y celebrar los buenos tiempos, por lo que obviamente hasta el mendigo más miserable fue invitado.
Los mendigos del pueblo y algunos ciudadanos de alta sociedad decidieron no ir. Unos por vergüenza de estar sucios y malolientes y los otros simplemente porque creían tener cosas más importantes que hacer.
La fiesta comenzó y ninguno de los mendigos apareció, los guardias iban a cerrar la puerta, cuando a lo lejos vieron la figura de un hombre que se acercaba al castillo con suma lentitud. Lo que sucedió fue que aquel mendigo no había conseguido nada para comer, pero al escuchar de la fiesta decidió asistir para conseguir al menos un pedacito de pan para comer. Pero a medida que se acercaba el miedo crecía sobre el trayéndole preguntas como: “y si el rey me ve así como estoy de sucio de seguro me expulsará, o me cortara la cabeza”, “y si los otros mendigos se enteran de que yo fui al castillo del rey de seguro ya no querrán estar conmigo”, y si….Pero en ese momento se encontró ante las puertas del castillo y los guardias pusieron la punta de su lanza sobre el pecho del mendigo diciendo: En este castillo solo pueden entrar los que estén limpios y bien presentados. Regrese por donde vino tendremos que usar la fuerza.
El mendigo sonrió le dio la espalda a los guardias y empezó a devolverse a su casa. E l mendigo se dijo a si mismo mientras se alejaba del castillo: “Bueno no comiste nada pero al menos, tus vecinos no te molestarán por haber entrado a la casa del rey “en esto pensaba el mendigo cuando se dio cuenta que alguien estaba detrás de él, el mendigo se volteó y encontró que el que estaba detrás de él no era otro que el rey en persona.
EL mendigo se inclinó ante el rey no siendo capaz de mirarlo a los ojos, el rey le hablo en tono de reproche diciendo:” Como te atreves a abandonar la fiesta que hice para ti”. “Pero señor esta es una para gente respetable y bien arreglada y yo estoy tan sucio” dijo el mendigo. “No querido, esta es una fiesta para todos los que quieran entrar en mi castillo, pero para que puedas entrar debes estar limpio “dijo el rey. “Eso es señor soy demasiado pobre, y estoy tan sucio que no creo que nada quite la suciedad en mí” dijo el mendigo. “Bueno debes dejar que te limpie entonces” dijo el rey.
In mediatamente el rey llevó al mendigo a un lago y le entregó unos jabones muy finos y hermosas esponjas para que este se bañara. Cuando el mendigo estuvo limpio parecía tener el rostro de un príncipe y quedo todavía más parecido a uno, cuando el rey le entregó ropas finas para vestir. El mendigo acompañó al rey al castillo y disfruto de la mejor fiesta que hubiera imaginado.
La fiesta terminó y todos los invitados tuvieron que regresar a sus casas, pero cuando el mendigo quiso hacer lo mismo el rey lo mando a llamar y le dijo: “Ahora que estas limpio no puedes seguir viviendo donde vivías”, “tu perteneces aquí por eso te dejaré elegir la casa que quieras no importa que grande o chica sea tu mereces tener lo que quieres por ser un habitante de mi reino”.


Pequeña Experiencia
Santiago Martínez S.

Se me ha posado una de tantas, una de esas adornadas con alas de seda, en la palma de mi mano mientras leía a García Lorca; yo decidí observarla y no actuar de la manera mas común: reaccionando y botándola. Es allí cuando me di cuenta y le pregunto:
-¿Porque trazas con tus piernas el contorno de mis dedos, de meñique a índice, de índice a meñique, porque no trazas en mi pulgar?
¡Claro! el pulgar no es un dedo… o por lo menos no el mío. Son rebeldes contradictorias, por que trabajan; ¿todas van en fila india? No es cierto, había una acompañándome en mi lectura; no estoy seguro si ella puede leer, no estoy seguro si tiene ojos, pero si estaba seguro de que disfrutaba de su compañía, fue como aislarme del mundo, solo ella y yo …solos.
Ella estaba acariciándome dulcemente la mano, yo le daba giros y giros pero ella insistía en quedarse en la superficie de tal forma que la pudiera ver, mas yo no la sentía en toda la mano, había secciones en las que me hacia reír, pero no de algo que ella me dijera; no estoy seguro de su sentido del humor, pero si estoy seguro de que en verdad disfrutaba de su compañía. Aislados, solo yo y yo. Solos.

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