Esta es la tersera edición de nuestra revista. Queremos desearles muchos éxitos a los escritores que nos han enviado sus obras y que todos disfruten de estos textos.
Oficina de edición de la revista 7-12-85
El viejo comunismo
El
coronel Hernández se
despertó como de
costumbre a las
7:00am a izar
la “gloriosa” bandera
de la Colombia
comunista la cual
nunca pudo ver
mientras tocaba esa trompeta
de una forma
tan horrible que
sonaba a los
chillidos de 100
gatos siendo torturados. Yo
como enfermero de
turno tenía que
soportar aquel horrible
espectáculo que nos
ofrecía aquel anciano
y después devolverlo
a su cuarto
antes de que
empezara a dar
tiros al aire,
como ocurría en
ocasiones.
El viejo Hernández
era el mas viejo de
todos los internos
del acilo. Siempre
se sentaba a contarles
a los demás
viejos y a mi sus historias de guerra
en el ejercito
revolucionario comunista colombiano,
o como él
nos decía que
se decía en esa
época E.R.C.C. Yo
por supuesto no
le creí nunca
ninguna de las
tonterías que salían
de la boca de ese
anciano pajudo, pero
avía que admitir
que muchas (por
no decir que
todas) eran muy
interesantes y ayudaban
a mantener a
los demás viejos
distraídos de problemas
reales como sus
pensiones reducidas y
el poco tiempo
de vida que
les quedaba. En
esos momentos les
preocupaba mas repartir
los pocos bienes particulares entre
toda la población
de este país
(cosas de viejos
supongo).
Todo en el
acilo trascurrió como
de costumbre hasta
el día antes
de Halloween. Los
ancianos se hicieron
sus propios disfraces,
menos el coronel
que jamás en
la vida quiso
tocar una maquina
de coser. “eso
no es pa
machos” decía con
un tono de indignación
y furia mientras
veía a sus
amigos cosiendo los
disfraces. Mientras les
refunfuñaba a sus
compañeros sonó el teléfono y para mi sorpresa
la llamada era para el
coronel
que al oír
que la llamada era para él
se arrojó enseguida
a contestar, argumentando que
podía ser uno
de sus compañeros
de luchas pasadas.
La conversación fue
breve y con muchas palabras sin sentido
que envés de
ser parte de una
conversación coherente, parecían
mas una clave. Al
acabar la conversación
le fui a
preguntar que le
avían dicho (pues
tenia una cara
de miedo con
la cual no
podía) pero lo
único que dijo
fue “me mataran”
y se encerró
en su habitación.
Ya era Halloween
y todos los
ancianos estaban preparados
para salir a
pedir dulces, exceptuando
claro al viejo
coronel Hernández que
desde el día
anterior no avía salido
ni dejado entrar
a nadie a
su evitación. Yo
le tocaba constantemente a la
puerta tratando de
convencerlo de que
saliera pero él
lo único que
hacia era ponerse
a repetir la
misma frase “me van a matar” y
después de 20
o 30 intentos termine por
cansarme y me
concentre en preparan
a los otros
viejos. Ya iba
siendo hora de
salir y todos
lo viejos ya se avían
puesto su disfraz
así que preferimos salir de
una ves y así no tener que
volver tan tarde
pero nuestros planes tuvieron un
percance cuando el coronel grito desde su habitación que lo esperáramos y como
era nuestra obligación lo hicimos.
Cuando
bajo traía un
disfraz de hombre
rico el cual
el argumento que
usaba para que
nadie lo reconociera,
pero a mi
no me importo
eso así que salimos
a sin oír
todo su discurso.
Ya en la
calle todos los ansíanos
se pusieron a pedir
dulces en grupos
cosa que parecía
no agradarle a
Hernández así que
me pidió un
permiso especial para
ir el solo.
Yo acepte bajo
la condición de que
otro
enfermero lo acompañara cosa a la que logre que accediera y así se fue el
solo. Ya pasada
la noche fui
a buscar a Hernández y a el
otro enfermero y
los encontré a
los dos a unas tres
cuadras muertos, con
una bandera enzima
de Hernández que
decía “abajo las clases
ricas, arriba el
comunismo”.
Luis Felipe Lengua
Mendoza
Estrellas
de piso
Mientras
nos llevábamos a aquel sujeto al cuartel, gritaba como loco – ¡soy culpable! – pero todavía no le habíamos dicho
los cargos. Luego en el cuartel le dijimos los cargos pero él decía – soy
culpable pero de otra cosa – entonces le preguntamos ¿de qué? y dijo – de bajar
las estrellas –entonces todos nos echamos a reír sin parar. Ya cuando lo
soltamos en el sitio donde lo apresamos se quedó mirando hacia la montaña y corrió a subirla y yo, por pura
curiosidad, lo seguí hasta la cima y vi
como miraba la ciudad desde allí y ahí pude entender que si era culpable de
“bajar las estrellas”
ya que era
electricista.
Luis Felipe Lengua Mendoza
Cuento con ce
Carmiña camellaba como cualquiera —clarifico
concepto “cualquiera”: casquivana, canina confianzuda, callejera—. Caminaba
calles capitalinas contoneando caderas, cazando clientes. Cabello castaño
claro, cuerpo con curvas, cara coloreada con cuantioso carmesí, corsé con
cintas colgantes, cinturón cuero culebra, calzado cuero cocodrilo, carterón
corroído. Ceño cansado, cadencioso caminar… ¡completamente concupiscente!
Caminando, cazó cliente corpulento con carro
(Citroën), camisa carísima (con cocodrilito), corbata (Capezio), calzado
(Corona) con colores clásicos, calcetines (Cordani), cumbamba con candado,
colonia (Cartier). Cliente con casamiento consumido, con complicaciones
caseras, consuetudinariamente compraba cariño callejero. Cliente cuestiona:
“¿Cuánto?”. Carmiña calcula: carro, corbata, categoría, capital considerable…
“Cincuenta” —comenta—. Cliente consulta cartera, cuenta capital con cuidado,
cara codiciosa, comercia: “Cuarenta… comprenda: crisis, consumos caseros”.
Carmiña consistente, canta: “Cincuenta”… cliente cede: “¡Camine!”.
Cliente conduce. Ciudad capital: centros
comerciales, clubes, cantinas… consigue coronar centro: carrera catorce con
cuarta, cuchitril currambero, canciones conocidas. Comparten coñac, Carmiña con
calma, consume colilla. Conversan cosas caseras, contexto citadino... Comentan
condiciones contrato: coito corto, cero cóleras, cero cachiporrazos, cero
cocaína, compensación cumpliendo complacencias. Cliente consulta constantemente
cronómetro… ¿Cuándo comenzamos, cuchi-cuchi?
Cuarto con cenefas cursis, cortinas
cochinas, claraboyas curiosas con claroscuros, cuadros convencionales, catre
colosal. Cliente consume cápsulas catapultadoras: cauteloso, colócase condón.
Carmiña competente, con certeza, comienza con caricias calentadoras, cabalga cliente
—¡cliente contentísimo!—. Cumpliendo cabalmente con contrato, compone Camasutra
completo: carretilla, cuna, cabalgata, columpio, cucharita… ¡cuánta cochinada
conocida! Cliente campante: cúspide, cumbre, cima, caudal, cascada, cataclismo,
culminación, clímax… cansancio. Convulso, ciertamente complacido, cancela
Carmiña cien. Cada cual comienza confianzudamente colocándose cucos,
calzoncillos, calcetines, camisa, corbata, calzado, cartera, cinturón… Cliente:
carro, Carmiña: calle.
¡Catástrofe, compañeros!: condón construido
Corea con cero calidad, con cráter contraproducente, capullo con cavidad causa
concepción casual. Carmiña concibe criatura. Como condenada, comienza calvario
con crianza. Colérica, crispada, contrariada, cede criatura. Comadrona cría
Calixto con cariño. Calixto con cutis claro, cabello castaño consonante con
cabello Carmiña. Crece: cuatro, cinco. Cuando cinco, cursa colegio.
Cotidianidades colegiales: cuadernos, crayones, columpios, cuentos, colombinas…
colegial concentrado, comprensivo, colega carismático, colaborador con cada
compañero.
Cuando cuenta con catorce, conoce Carlota:
cuarentona cuidadosamente conservada, ciclista compulsiva, cero cigarrillo,
cabello con canas coloreadas, cuerpo celestial comparado con culicagadas. Cuarenta
calendarios, calurosos, calientes, ¡candentes! Cuchibarbie coquetona conoció
crecimiento Calixto, codició cuerpo, cara, castidad. Cazadora curtida, comienza
conquista con comentarios cochinitos, con cuentos calientes, con condiciones
cubiertas… Calixto, cándido, come carnada. Comparten cópula. Consumada
circunstancia carnal, Carlota confiesa con culpabilidad: “Calixto, conocí
Carmiña… ¡compartimos como compañeras!… ¡compinches!”. Calixto consternado:
“¿Cómo? Carmiña casquivana, callejera, cuquifloja, culipronta…”. Confundido,
consulta clarividente. Cassandra, concentrada, consulta canica cristal:
“¡Calamidad celestial! —comenta—: confirmado, concebido casualmente”. Calixto
con congoja, considérase cucaracha canequera. Clama confundido, contemplando cielo:
¡Cómo! ¿cómo?, ¡concebido con cliente! ¿Cuál?… ¿constructor? (corroncho con
caminado cursi), ¿carnicero? (caricortado con cuchillo), ¿conductor? (cretino
con certificado). ¿cura? (cachondo consagrado), ¿contador? (cicatero con
consentimiento), ¿canciller? (con carácter corrupto, cínico, convence comunidad
con cuentos cañeros), ¿cuentista? (cobarde componiendo cuentos con ce),
¿consejero? (corrector, crítico, curtido con canas)… cualquiera… ¡Caray!
¡Carambolas! ¡Cáspita! ¡Carachas! ¡Carajo!
Consternadísimo, camina cabizbajo. Colapsa.
Concluye cruelmente contrato cósmico… consumiendo cianuro. Cementerio Central,
Catacumba cuatrocientos.
Cuento
continuará… (Casualmente, Carlota carga cigoto).
Carlos López
La calle del gato
Muchas cosas ocurrieron
el día de mi iniciación. En la mañana de ese mismo día, saque el último cigarrillo
que tenía escondido en los zapatos de cuero negro que me dieron mis papas para
los eventos importantes. Quinces, bodas, etc… Eran las dos de la mañana y mi
papa roncaba como si en la garganta tuviera un avión despegando. Eso quería decir
dos cosas, mi papa estaba en el quinto sueño al igual que mama.
Simples ecuaciones de
adolecente, que todos debemos afrontar alguna vez, padres ausentes (o inconscientes)
+ algo que no debería de hacerse (pero es una chimba solo por esa emoción de
hacer algo indebido) + el ultimo día como el zángano de la colmena = un momento
para n olvidar. Con todo eso en mi mente encendí el cigarrillo y le di un par
de chupadas. El humo amargo voló por mi boca
saludando a mis dientes y mi lengua, la nube
que se forma allí se parte en dos grupos; los que se quedan temporalmente hasta
que los expulse de mí ser, como un amigo que metió la pata hasta las bolas, y
los que continúan su viaje para establecer su vivienda en mis pulmones. El
siclo se repite hasta que el cuerpo del cigarrillo se consume con su alma, dejándome
con mis pensamientos en el balconcillo de mi casa.
Mi cuerpo esta
relajado, mis manos están quietas, pero mis ojos recorren el suelo de ladrillos
rojos, los muros el ventanal y el techo.
Mis ojos me dicen que
lo que veo son solo ladrillos rojos, cristales y cerámica pero mi corazón solo
ve recuerdos, tan incontables como los ladrillos del balconcito los cuales
lamento nunca haber contado, pero tampoco deseo contarlos ahora, pues mi cerebro
me advierte que estoy siendo víctima de la cruel nostalgia. Las advertencias rebotan con mi razón en vez de unirse a ella. Sin darme
cuenta mi cabeza me arrebata de la realidad y me muestra un video con retazos
de mi vida, al igual que los hacen en homenaje a personas moribundas, recién
casadas y otras personas significativas. Mientras el video avanzaba se
escuchaba de fondo un vallenato que creo que se llama los caminos de la vida.
La canción y el video
se acaban, sigo en la silla de plástico blanca mirando el cielo negro de la
noche, desde el balcón, quedo impresionado pues no soy aficionado al ballenato,
en realidad no lo escucho mucho. En ese momento escucho pasos y aunque tome la precaución
de quitarme la camisa y tirar las cenizas aunque mi aliento aún puede traicionarme.
Mi mama me hiso prometer que jamás me fumara un cigarrillo y esa es una promesa
que planeo cumplir (mientras que no se entere que hace meses la rompí). A la
velocidad de una carrera silenciosa pude tomarme todo el tarro de enjuague
bucal hasta que el líquido no dejara ni un espacio libre en ella, luego la
escupo en el lavamanos, corro a mi cuarto y me hundo en un sueño profundo, casi
al momento de arroparme con las cobijas.
Ni siquiera me pongo a
pensar que esto será la última noche que duerma en esta cama.
Daniel Ospina
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