lunes, 7 de enero de 2013

Edicion: Diciembre del 2012

Esta es la tersera edición de nuestra revista. Queremos desearles muchos éxitos a los escritores que nos han enviado sus obras y que todos disfruten de estos textos.

 

Oficina de edición de la revista 7-12-85

 


El  viejo  comunismo



El  coronel  Hernández  se  despertó  como  de  costumbre  a  las  7:00am  a  izar  la  “gloriosa”  bandera  de  la  Colombia  comunista  la  cual  nunca  pudo  ver  mientras  tocaba esa  trompeta  de  una  forma  tan  horrible  que  sonaba  a  los  chillidos  de  100  gatos siendo  torturados.  Yo  como  enfermero  de  turno  tenía  que  soportar  aquel  horrible  espectáculo  que  nos  ofrecía  aquel  anciano  y  después  devolverlo  a  su  cuarto  antes  de  que  empezara  a  dar  tiros  al  aire,  como  ocurría  en  ocasiones.

El  viejo  Hernández  era  el  mas  viejo  de  todos  los  internos  del  acilo.  Siempre  se  sentaba  a  contarles  a  los  demás  viejos  y  a  mi  sus  historias  de  guerra  en  el  ejercito  revolucionario  comunista  colombiano,  o  como  él  nos  decía  que  se  decía  en  esa época  E.R.C.C.  Yo  por  supuesto  no  le  creí  nunca  ninguna  de  las  tonterías  que  salían  de  la  boca  de  ese  anciano  pajudo,  pero  avía  que  admitir  que  muchas  (por   no  decir  que  todas)  eran  muy  interesantes  y  ayudaban  a  mantener  a  los  demás  viejos  distraídos  de  problemas  reales  como  sus  pensiones  reducidas  y  el  poco  tiempo  de  vida  que  les  quedaba.  En  esos  momentos  les  preocupaba  mas  repartir  los  pocos  bienes particulares  entre  toda  la  población  de  este  país  (cosas  de  viejos  supongo).

Todo  en  el  acilo  trascurrió  como  de  costumbre  hasta  el  día  antes  de  Halloween.  Los  ancianos  se  hicieron  sus  propios  disfraces,  menos  el  coronel  que  jamás  en  la  vida  quiso  tocar  una  maquina  de  coser.  “eso  no  es  pa  machos”  decía  con  un  tono de  indignación  y  furia  mientras  veía  a  sus  amigos  cosiendo  los  disfraces.  Mientras  les  refunfuñaba  a  sus  compañeros  sonó  el  teléfono  y  para  mi  sorpresa  la  llamada era  para  el  coronel  que  al  oír  que  la  llamada era para  él  se  arrojó  enseguida  a contestar,  argumentando  que  podía  ser  uno  de  sus  compañeros  de  luchas  pasadas.  La  conversación  fue  breve  y con  muchas  palabras  sin  sentido  que  envés  de  ser  parte de  una  conversación  coherente,  parecían  mas  una  clave.  Al  acabar  la  conversación  le  fui  a  preguntar  que  le  avían  dicho  (pues  tenia  una  cara  de  miedo  con  la  cual  no  podía)  pero  lo  único  que  dijo  fue  “me  mataran”  y  se  encerró  en  su  habitación.

Ya  era  Halloween  y  todos  los  ancianos  estaban  preparados  para  salir  a  pedir  dulces,  exceptuando  claro  al  viejo  coronel  Hernández  que  desde  el  día  anterior  no  avía salido  ni  dejado  entrar  a  nadie  a  su  evitación.  Yo  le  tocaba  constantemente  a  la puerta  tratando  de  convencerlo  de  que  saliera  pero  él  lo  único  que  hacia  era  ponerse  a  repetir  la  misma  frase  “me van a matar”  y  después  de  20  o  30  intentos termine  por  cansarme  y  me  concentre  en  preparan  a  los  otros  viejos.  Ya  iba  siendo  hora  de  salir  y  todos  lo  viejos  ya  se  avían  puesto  su  disfraz  así  que  preferimos  salir  de  una  ves  y  así  no  tener  que  volver  tan  tarde  pero  nuestros planes tuvieron un percance cuando el coronel grito desde su habitación que lo esperáramos y como era nuestra obligación lo hicimos.

Cuando  bajo  traía  un  disfraz  de  hombre  rico  el  cual  el  argumento  que  usaba  para  que  nadie  lo  reconociera,  pero  a  mi  no  me  importo  eso así  que  salimos  a  sin  oír  todo  su  discurso.  Ya  en  la  calle  todos  los ansíanos  se pusieron  a  pedir  dulces  en  grupos  cosa  que  parecía  no  agradarle  a  Hernández  así  que  me  pidió  un  permiso  especial  para  ir  el  solo.  Yo  acepte  bajo   la   condición  de  que  otro  enfermero  lo  acompañara  cosa a  la  que  logre  que  accediera  y  así  se  fue  el  solo.  Ya  pasada  la   noche  fui  a  buscar a  Hernández  y a el  otro  enfermero  y  los  encontré  a  los  dos  a  unas  tres  cuadras  muertos,  con  una  bandera  enzima  de  Hernández  que  decía  “abajo las  clases  ricas,  arriba  el  comunismo”.  

 Luis  Felipe  Lengua  Mendoza




Estrellas de piso



 

Mientras nos llevábamos a aquel sujeto al cuartel, gritaba como loco – ¡soy  culpable! – pero todavía no le habíamos dicho los cargos. Luego en el cuartel le dijimos los cargos pero él decía – soy culpable pero de otra cosa – entonces le preguntamos ¿de qué? y dijo – de bajar las estrellas –entonces todos nos echamos a reír sin parar. Ya cuando lo soltamos en el sitio donde lo apresamos se quedó mirando hacia  la montaña y corrió a subirla y yo, por pura curiosidad,  lo seguí hasta la cima y vi como miraba la ciudad desde allí y ahí pude entender que si era culpable de “bajar  las  estrellas”  ya  que  era  electricista. 

Luis Felipe Lengua Mendoza




Cuento con ce


Carmiña camellaba como cualquiera —clarifico concepto “cualquiera”: casquivana, canina confianzuda, callejera—. Caminaba calles capitalinas contoneando caderas, cazando clientes. Cabello castaño claro, cuerpo con curvas, cara coloreada con cuantioso carmesí, corsé con cintas colgantes, cinturón cuero culebra, calzado cuero cocodrilo, carterón corroído. Ceño cansado, cadencioso caminar… ¡completamente concupiscente!
Caminando, cazó cliente corpulento con carro (Citroën), camisa carísima (con cocodrilito), corbata (Capezio), calzado (Corona) con colores clásicos, calcetines (Cordani), cumbamba con candado, colonia (Cartier). Cliente con casamiento consumido, con complicaciones caseras, consuetudinariamente compraba cariño callejero. Cliente cuestiona: “¿Cuánto?”. Carmiña calcula: carro, corbata, categoría, capital considerable… “Cincuenta” —comenta—. Cliente consulta cartera, cuenta capital con cuidado, cara codiciosa, comercia: “Cuarenta… comprenda: crisis, consumos caseros”. Carmiña consistente, canta: “Cincuenta”… cliente cede: “¡Camine!”.
Cliente conduce. Ciudad capital: centros comerciales, clubes, cantinas… consigue coronar centro: carrera catorce con cuarta, cuchitril currambero, canciones conocidas. Comparten coñac, Carmiña con calma, consume colilla. Conversan cosas caseras, contexto citadino... Comentan condiciones contrato: coito corto, cero cóleras, cero cachiporrazos, cero cocaína, compensación cumpliendo complacencias. Cliente consulta constantemente cronómetro… ¿Cuándo comenzamos, cuchi-cuchi?
Cuarto con cenefas cursis, cortinas cochinas, claraboyas curiosas con claroscuros, cuadros convencionales, catre colosal. Cliente consume cápsulas catapultadoras: cauteloso, colócase condón. Carmiña competente, con certeza, comienza con caricias calentadoras, cabalga cliente —¡cliente contentísimo!—. Cumpliendo cabalmente con contrato, compone Camasutra completo: carretilla, cuna, cabalgata, columpio, cucharita… ¡cuánta cochinada conocida! Cliente campante: cúspide, cumbre, cima, caudal, cascada, cataclismo, culminación, clímax… cansancio. Convulso, ciertamente complacido, cancela Carmiña cien. Cada cual comienza confianzudamente colocándose cucos, calzoncillos, calcetines, camisa, corbata, calzado, cartera, cinturón… Cliente: carro, Carmiña: calle.
¡Catástrofe, compañeros!: condón construido Corea con cero calidad, con cráter contraproducente, capullo con cavidad causa concepción casual. Carmiña concibe criatura. Como condenada, comienza calvario con crianza. Colérica, crispada, contrariada, cede criatura. Comadrona cría Calixto con cariño. Calixto con cutis claro, cabello castaño consonante con cabello Carmiña. Crece: cuatro, cinco. Cuando cinco, cursa colegio. Cotidianidades colegiales: cuadernos, crayones, columpios, cuentos, colombinas… colegial concentrado, comprensivo, colega carismático, colaborador con cada compañero.
Cuando cuenta con catorce, conoce Carlota: cuarentona cuidadosamente conservada, ciclista compulsiva, cero cigarrillo, cabello con canas coloreadas, cuerpo celestial comparado con culicagadas. Cuarenta calendarios, calurosos, calientes, ¡candentes! Cuchibarbie coquetona conoció crecimiento Calixto, codició cuerpo, cara, castidad. Cazadora curtida, comienza conquista con comentarios cochinitos, con cuentos calientes, con condiciones cubiertas… Calixto, cándido, come carnada. Comparten cópula. Consumada circunstancia carnal, Carlota confiesa con culpabilidad: “Calixto, conocí Carmiña… ¡compartimos como compañeras!… ¡compinches!”. Calixto consternado: “¿Cómo? Carmiña casquivana, callejera, cuquifloja, culipronta…”. Confundido, consulta clarividente. Cassandra, concentrada, consulta canica cristal: “¡Calamidad celestial! —comenta—: confirmado, concebido casualmente”. Calixto con congoja, considérase cucaracha canequera. Clama confundido, contemplando cielo: ¡Cómo! ¿cómo?, ¡concebido con cliente! ¿Cuál?… ¿constructor? (corroncho con caminado cursi), ¿carnicero? (caricortado con cuchillo), ¿conductor? (cretino con certificado). ¿cura? (cachondo consagrado), ¿contador? (cicatero con consentimiento), ¿canciller? (con carácter corrupto, cínico, convence comunidad con cuentos cañeros), ¿cuentista? (cobarde componiendo cuentos con ce), ¿consejero? (corrector, crítico, curtido con canas)… cualquiera… ¡Caray! ¡Carambolas! ¡Cáspita! ¡Carachas! ¡Carajo!
Consternadísimo, camina cabizbajo. Colapsa. Concluye cruelmente contrato cósmico… consumiendo cianuro. Cementerio Central, Catacumba cuatrocientos.
Cuento continuará… (Casualmente, Carlota carga cigoto).

Carlos López

 

La calle del gato


Muchas cosas ocurrieron el día de mi iniciación. En la mañana de ese mismo día, saque el último cigarrillo que tenía escondido en los zapatos de cuero negro que me dieron mis papas para los eventos importantes. Quinces, bodas, etc… Eran las dos de la mañana y mi papa roncaba como si en la garganta tuviera un avión despegando. Eso quería decir dos cosas, mi papa estaba en el quinto sueño al igual que mama.

Simples ecuaciones de adolecente, que todos debemos afrontar alguna vez, padres ausentes (o inconscientes) + algo que no debería de hacerse (pero es una chimba solo por esa emoción de hacer algo indebido) + el ultimo día como el zángano de la colmena = un momento para n olvidar. Con todo eso en mi mente encendí el cigarrillo y le di un par de   chupadas. El humo amargo voló por mi boca saludando a mis dientes  y mi lengua, la nube que se forma allí se parte en dos grupos; los que se quedan temporalmente hasta que los expulse de mí ser, como un amigo que metió la pata hasta las bolas, y los que continúan su viaje para establecer su vivienda en mis pulmones. El siclo se repite hasta que el cuerpo del cigarrillo se consume con su alma, dejándome con mis pensamientos en el balconcillo de mi casa.

Mi cuerpo esta relajado, mis manos están quietas, pero mis ojos recorren el suelo de ladrillos rojos, los muros el ventanal y el techo.

Mis ojos me dicen que lo que veo son solo ladrillos rojos, cristales y cerámica pero mi corazón solo ve recuerdos, tan incontables como los ladrillos del balconcito los cuales lamento nunca haber contado, pero tampoco deseo contarlos ahora, pues mi cerebro me advierte que estoy siendo víctima de la cruel nostalgia. Las advertencias rebotan  con mi razón en vez de unirse a ella. Sin darme cuenta mi cabeza me arrebata de la realidad y me muestra un video con retazos de mi vida, al igual que los hacen en homenaje a personas moribundas, recién casadas y otras personas significativas. Mientras el video avanzaba se escuchaba de fondo un vallenato que creo que se llama los caminos de la vida.

La canción y el video se acaban, sigo en la silla de plástico blanca mirando el cielo negro de la noche, desde el balcón, quedo impresionado pues no soy aficionado al ballenato, en realidad no lo escucho mucho. En ese momento escucho pasos y aunque tome la precaución de quitarme la camisa y tirar las cenizas aunque mi aliento aún puede traicionarme. Mi mama me hiso prometer que jamás me fumara un cigarrillo y esa es una promesa que planeo cumplir (mientras que no se entere que hace meses la rompí). A la velocidad de una carrera silenciosa pude tomarme todo el tarro de enjuague bucal hasta que el líquido no dejara ni un espacio libre en ella, luego la escupo en el lavamanos, corro a mi cuarto y me hundo en un sueño profundo, casi al momento de arroparme con las cobijas.

Ni siquiera me pongo a pensar que esto será la última noche que duerma en esta cama.               


Daniel Ospina


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